lunes, 25 de octubre de 2010

Dos demonios reloaded

por Fernando Tebele

Tengo el título de la nota pero me cuesta encontrar el comienzo. Las palabras se pechan en mis dedos buscando una salida ordenada. Pero parecen pasajeros intentando subirse al tren a la hora del regreso a casa. No hay lugar para el orden cuando uno está tan conmovido.
La muerte de Mariano Ferreyra me enoja. Pero también logran sacudirme algunos comentarios de estos días.
Me niego a llamarlo Mariano, así a secas. Porque no lo conocí y muchos que lo hubieran escupido y se hubieran reído irónicamente de él por su pertenencia a la militancia trotskista del Partido Obrero, hoy le dicen Mariano. Entonces prefiero llamarle de otro modo.
Sé que es fuerte hablar de una nueva teoría de los dos demonios. Conozco perfectamente de qué estoy hablando. Por eso me duele utilizar la metáfora.
¿Por qué importa tanto su filiación política? ¿Por qué si hubieran asesinado a un militante del FPV la plaza hubiera desbordado más de lo que rebalsó de gente el jueves? ¿Existen muertos propios y ajenos en estos casos; cuáles son los nuestros y cuáles los demás?
Veamos si las preguntas me ayudan a ordenar las ideas indignadas.
Su militancia en el PO contribuye, para mucha gente izquierdofóbica, a dudar de él sin decirlo. Nadie se anima, al menos por ahora, a caerle encima al muerto. Pero comienzan a escucharse algunas preguntas que hieren y, aun sin llegar a la justificación de la patota, van en el sentido de “y bue muchachos, ustedes se la buscaron un poco también…”. Un recurso bastante similar al que utilizan los dosdemonistas de los ’70 que, sin justificar a los genocidas, sostienen que la militancia de aquellos años tensó la cuerda más de lo aconsejable. Es decir: no se animan a decir abiertamente que se lo buscaron, pero dejan implícita una cuota importante de responsabilidad en las víctimas.
Cuando Reynaldo Sietecase se pregunta “¿Por qué los dirigentes del Partido Obrero, el MRT, Quebracho y otras organizaciones impulsan a los jóvenes militantes y estudiantes a concurrir a los conflictos gremiales aun cuando saben que habrá violencia?”, está haciendo una pregunta peligrosa en este contexto. Más allá del error, seguramente de tipeo, de llamar MRT al MTR (Movimiento Teresa Rodríguez, por la víctima del primer piquete en Cutral Có 1997), Reynaldo, a quien respeto por intentar estirar los límites de la escasa libertad que los periodistas de los medios masivos tienen para opinar, se pregunta esto al mismo tiempo que cuestiona a la patota. No digo que haya que esquivar ciertos debates; sostengo que es peligroso hacerlo en este momento. Porque desde esa pregunta hasta que alguien diga “si los dirigentes no lo hubieran mandado a Mariano a una protesta que no le incumbía, no lo habrían matado”, hay menos de dos pasos. No cabe ese debate ahora; en otro momento, despegado de este hecho, no hay ningún inconveniente. De todas formas, no puedo dejar de contradecirme para opinar ahora mismo que si las Madres de Plaza de Mayo hubieran sido sólo las madres, nunca hubiesen rondado la pirámide más de doscientas personas. Nadie se animaría a preguntar que hacía Pérez Esquivel allí si no era madre, por contraponer sólo un ejemplo a la teoría que dice que a una protesta sólo pueden ir los implicados directamente. No cabe tampoco preguntarse por qué Ferreyra, que militaba en la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires), estaba en esa manifestación.
La presidenta, en la misma línea, tras unas primeras apariciones impecables repudiando el hecho, comenzó luego a igualar a los dirigentes del PO con la patota de la burocracia sindical: “Los incidentes y la muerte de Ferreyra, son producto de la violencia y de no poder sentarse a discutir las cosas como corresponde en una sociedad democrática". Olvidó contar que los manifestantes tercerizados habían sido desoídos en sus reclamos ante el Ministerio de Trabajo durante meses. Pequeño olvido al fin, sí habían intentado sentarse a discutir donde correspondía y, ante la negativa a ser incorporados, planificaron un corte en las vías cercanas a la Estación Avellaneda para hacer notar su reclamo. "No quiero vivir más en una sociedad donde se sale a manifestar con palos y con armas de fuego", agregó Cristina Kirchner. No hubo, en los últimos 30 años, al menos que recuerde y permito que se me corrija por supuesto, ninguna movilización de fuerzas de izquierda en las que se evidenciara que alguien portara armas de fuego; sí palos. Pero no es lo mismo. Aunque uno pudiera no compartir ese tipo de manifestaciones, igualarlas con los que van a romperlas con armas de fuego, en este instante, es la teoría de los dos demonios recargada. Es equiparable a las declaraciones que se refieren a los ’70 como una “época de violencia política”. Así, sin más, sin ninguna distinción entre la guerrilla y las fuerzas del Estado como organizador y perpetrador de un genocidio. La presidenta, con acierto, rechazaría declaraciones de ese estilo. Por la misma razón, no debería referirse al asesinato de Ferreyra con frases que todo lo abarcan e igualan. No todo es igual. No todos son lo mismo.
En realidad lo que está ocurriendo es que nadie quiere hacerse cargo de la muerte. Y, en el afán de despegarse de los culpables, todo vale. Hasta revitalizar conceptos nefastamente perversos como la teoría de los dos demonios.
De todas maneras, habrá que marcar en este punto que, hasta ahora, no da para vincular al gobierno con la muerte de Ferreyra; tampoco a Duhalde, como intentaron instalar algunos medios y dirigentes afines al gobierno. Quizá nunca conozcamos la punta más alta de la pirámide. Tal vez esa punta no sea tan alta como varios apuntan. O sí. Yo no lo sé. Y prefiero la cautela en estos casos. Sí tenemos algunos datos: hubo barrabravas integrando la patota asesina. No conozco barras trotskistas. Tampoco grupos de izquierda que utilicen barras como fuerza de choque. Está eltestimonio de un trabajador asegurando que, durante una asamblea de los tercerizados realizada hace un par de meses, un grupo de gente se presentó como “barras de Lafe”. Les dijeron que ya tenían un arreglo con el otro sector pero que si les ponían más dinero se pasaban de bando. Los rechazaron. No todos son lo mismo.
Cuando se habla de “enfrentamiento sindical”, ¿a qué nos referimos? Aquí hubo un grupo que fue a manifestarse. Decidieron cortar las vías. Cuando los agredieron se defendieron y rápidamente se replegaron. Los asesinos los fueron a buscar desde Avellaneda hasta Barracas y, finalmente, allí les dispararon, ¿eso es un enfrentamiento o un grupo saliendo a cazar a otro? Igual que en los `70, salvando las diferencias más que obvias, es un grupo jugando a la cacería.
La CGT (Confederación General del Trabajo, qué loco que no se denomine Confederación General de Trabajadores) está integrada, en tanto la reunión de sindicatos más popular del país, por la mayoría de los gremios. Allí, uno suele encontrarse con que los secretarios generales apenas han trabajado de trabajadores y en algunos casos hasta han heredado el poder de sus padres. Pero no sólo eso: han convertido a los sindicatos en empresas y, al mismo tiempo que prestan servicios sociales a sus afiliados, son socios en empresas que nada tienen que ver con la actividad de ese gremio (es emblemático el caso de la sociedad Camioneros-Macri en el ferrocarril Belgrano Cargas). En ese contexto, algunos partidos de izquierda, a quienes muchas veces consideramos torpes en la construcción política, han realizado un importante y acertado trabajo sindical, organizando a trabajadores de base abandonados por sus gremios y con la necesidad de encontrar nuevos representantes. Muchas veces les hemos marcado con bronca esas falencias que los aíslan en el juego electoral; desde ese mismo lugar habrá que marcarles como un acierto todas las movidas que intentan romper con casi medio siglo de burocracia sindical. Ese buen trabajo no lo notamos sólo nosotros. Por eso la patota se preocupa. También por eso no reparan en los métodos: UPCN contra ATE en el Indec ; la UTA contra los Metrodelegados del subte; la UTA, otra vez, contra la nueva agremiación de conductores de micros. Y podríamos seguir. Siempre los agresores pertenecen al mismo sector y los agredidos son quienes intentan quebrar estas lógicas matonas con organizaciones más de base.
Carlos Chile, el recientemente electo Secretario General de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos), Seccional Capital, nos dijo la tarde del asesinato que: “este muerto es por la falta de libertad sindical” . Tiene razón.
Ya resulta inadmisible que un trabajador no pueda elegir por quién desea ser representado. Por eso, además de la reincorporación de los despedidos tercerizados que se anunció la tarde siguiente al crimen, el anuncio que estamos esperando, para no considerar vana la muerte de Mariano Ferreyra, es el reconocimiento sindical para la CTA y el encarcelamiento inmediato de aquellos que recurran a este tipo de aprietes, haya muertos o no.
Sin avales políticos, las patotas se desarman solas. Quienes merodeamos el fútbol lo sabemos mejor que nadie.

lunes, 31 de agosto de 2009

Cayó la dictadura pero no el dictador


Parte 2 – Los barburdos de El Calafate
Soy un hombre de palabra, aunque muchas veces me meta en líos por eso. Hace un par de semanas, cuando escribí la primera parte de esta nota, me obligué con esa pauta a encarar una segunda. Supongo que aún es temprano para sacar conclusiones acerca de lo que vendrá alrededor del fútbol, pero igualmente hay espacio para algunas reflexiones.
Lo primero que salta a la vista es que será difícil inventar algo peor que éstas dos décadas de saqueo de las instituciones sociales futboleras (eso son los clubes de fútbol y, al menos legalmente, continúan siéndolo: sociedades civiles sin fines de lucro).
Finalmente la AFA, asociada al Estado nacional, le quitó a la empresa monopólica TSC (una sociedad entre Torneos y Competencias y el Grupo Clarín) el manejo de casi todo el fútbol; casi todo porque las divisiones de ascenso seguirán sufriendo el monopolio. Sería algo así como lo que es malo no es tan malo; o es malo para algunos pero no para todos. El ascenso siempre fue ciudadano de segunda en la urbe futbolera.
A pesar de que la medida no hubiera sido tomada si el gobierno no se sintiera traicionado por su antiguo aliado Clarín, básicamente por su posición en el conflicto por las retenciones, es necesario subrayar que estoy de acuerdo con la decisión. No lo hacen por convicción ideológica, pero lo importante es que lo están encarando y que el paso final de esa batalla, es una lucha que muchos periodistas sostuvimos durante años: una nueva ley de radiodifusión.
No está claro cómo ni a quién, pero el Estado ya desembolsó más de trescientos millones de pesos y el proceso asociativo comenzó entre la niebla. Nadie accedió a los contratos. No sabemos bien cómo será el nuevo esquema. Le otorgaron al Grupo Vila/Manzano/De Narváez, dueños de América, cinco partidos. Me encantaría saber por cuánto dinero y por qué a ellos y no a otros.
Una conducta kirchnerista que me agobia es cómo presentan los temas: siempre están pasando a la historia y haciendo lo que nunca nadie antes hizo y ni siquiera intentó. Todo es una presentación exagerada que invita a decirles pará un poco, no me mientas, está buena la medida pero no me escondas la letra chica, que están bajando del glaciar Perito Moreno no de la Sierra Maestra. Y si les decís esto, rápidamente te responden que le hacés el juego a la derecha y te mandan a la vereda de enfrente. Del secuestro de goles no diremos nada, porque ya se habló demasiado. Sólo agregar que me encantaría escucharlos hablar de los secuestros reales: de Luciano Arruga o de Jorge Julio López; porque los goles ya aparecieron con vida y ellos están desaparecidos de verdad.
También podemos reconocer otros vicios K que se repiten en el inicio de la nueva historia. Para que quede claro a cuáles me refiero, tomo dos antecedentes: el de la justicia y el de la estatización de Aerolíneas Argentinas. Dos medidas con las que, por supuesto, acuerdo. En ambos casos era imperioso actuar desde el Estado. Así lo hizo el gobierno. Con la justicia metió mano al comienzo del mandato de Néstor para modificar la esencia sucia y desprolija de la Corte Suprema. Con los cambios allí, generaron una movida que los trascenderá; es decir: cuándo ya no sean gobierno seguiremos teniendo una Corte respetable y ejemplar. Pero no pudieron con su genio y, para no perder el control total de la situación, modificaron la conformación del Consejo de la Magistratura, de manera tal de quedarse con el control mayoritario, que antes estaba en poder de la corporación judicial: o sea que actuaron ahí, que conceptualmente quizá no esté mal, pero lo que consiguieron es ejercer un control autoritario: los jueces no parecen ser vigilados por lo que hagan bien o mal, sino por lo que sentencien según la conveniencia del poder.
En el caso de Aerolíneas sucede algo parecido: la empresa fue vaciada por privados durante años y ahora es retomada por el Estado, que estaría pagando la deuda generada por otros: la gran Cavallo. En ambos casos, el concepto del Estado ejerciendo su poder es saludable. El asunto es cómo lo hace. Y eso nunca lo discutimos, porque ningún actor político así lo desea. Tanto el gobierno como buena parte de los opositores tienen razones diferentes para evitar la discusión. El oficialismo, porque entiende al Estado como su herramienta de poder absoluto; cierta oposición, porque prefiere la mentira del libre mercado, que no es más que el Estado haciéndose el boludo, cuando no facilitando los negocios privados en el área pública y eso, por ahora, mejor no decirlo; hay otros opositores que sólo piensan lo contrario del gobierno, sea lo que sea. El debate apenas asomó en la última campaña, cuándo a Macri se le escapó hablar en contra de la participación del Estado en la línea aérea y el gobierno aprovechó para pegarle por ese lado. En cualquier caso, no se habla abiertamente acerca de qué Estado queremos tener, que en realidad sería discutir qué tipo de país queremos ser. Como no lo discutimos, el gobierno se mete y hace, con nuestro sello, el del Estado, lo que se le antoja. Que ni siquiera sabemos si es correcto o incorrecto, porque no tenemos acceso, en general, a los detalles.
En esta situación de los derechos televisivos del fútbol repiten los vicios: no informan en qué consiste el contrato. La diputada nacional del bloque SI, Delia Bisutti, basándose en el derecho a la información pública pidió una copia del contrato a la Jefatura de gabinete y a la IGJ (Inspección General de Justicia). Bisutti declaró que "cayó el monopolio. Ahora se debe trabajar para que en la AFA se impulsen cambios profundos en su funcionamiento, se debe garantizar la transparencia, la publicidad, la participación, el debate, la información, no sólo a todos los habitantes de nuestro país por el uso de los fondos públicos, sino también a los dirigentes de los clubes”. Vaya uno a saber si le darán bola a Bisutti. Lo que sí está claro, es que no podrían ocultarlo si fueran muchos hinchas los que lo pidieran. Siempre pensé que los militares entendieron que debían dejar el poder cuando en las canchas de fútbol fue imposible callar el Se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar. Allí se hacía evidente que ni la presencia policial dentro de las tribunas podía silenciar el hastío popular: se le estaba perdiendo masivamente el miedo al poder. Claro que es muy difícil pensar que podría suceder algo similar. En aquel momento las barras ya eran conflictivas y comenzaron a vincularse política y sindicalmente, aunque mantenían cierta autonomía; hoy son tan parte del negocio que lo que menos les interesa es cambiar las reglas. No van a putear a nadie, ni pedirán transparencia, salvo que alguno de sus vínculos políticos se lo ordene; probablemente hasta serían una fuerza de choque para acallar los gritos contra el poder.
Mientras tanto, lo que más nos esperanza, como siempre, ocurre por abajo. En varios clubes existen grupos de hinchas autoconvocados que comienzan a participar en su política interna. Esa marea, cuando suba, quizá conserve el ímpetu de cambiar las cosas y voltear al dictador. Y entonces volveremos a brindar, como lo estamos haciendo desde hace algunas semanas, desde que la dictadura, finalmente, se acabó.

lunes, 17 de agosto de 2009

Cayó la dictadura, pero no el dictador

Cherquis Bialo cuando era gerente de TyC en una entrevista con Damián Rojo, hoy periodista de chismes. Revista Esto es el ascenso. Marzo 1993

Parte 1- Los medios y los periodistas mutantes
“Muchachos: ustedes tienen que agarrar esta oferta. Si no se mueren, están todos quebrados. La única que los puede salvar es la empresa”.
Salón de la AFA. Reunión de la mesa de la Primera B metropolitana. Algún lunes de marzo de 1993, mierda que pasaron los años. Más o menos éstas fueron las palabras que pronunció, con su verba y convicción acostumbrada, Ernesto Cherquis Bialo. El por entonces Gerente operativo de Torneos y Competencias consiguió con ese y otros argumentos, todos ellos humillantes, que los directivos de los clubes de la divisional aceptaran la televisación de un partido los domingos al mediodía por una míseras migajas. No le creas al hoy vocero de la democratización del fútbol. No le creas nada. Es un mercenario.
Pero no es el único que acomodó su discurso de acuerdo al patrón que le pagara su salario o a las variaciones en las posiciones de la patronal. Hay muchos otros que fueron antityc y que luego se maravillaron por el mundo de la televisación, cambiando de opinión de un día para otro. Fernando Niembro viró de fervoroso opositor al monopolio en Las voces del fútbol por Radio Libertad a acomodado sidonjulista con De una en La Red, e inventó con su socio Marcelo Araujo la Escuela Superior de Ciencias Deportivas, una empresa de nombre presuntuoso que se dedicó a fabricar en serie muñequitos aptos para la sumisión al poder: Gustavo López, Sebastián Vignolo o Juan Carlos Pasman, entre muchos otros; todos excelentes padres de familia, diría Nimo, pero al fin periodistas educados para ser funcionales al poder establecido. A Don Niembra se lo escucha nervioso por estos días.
De aquella reunión a la que asistimos con Fabio Cámera tengo un registro inolvidable en la memoria.
Fueron muchos años de pelear contra ese poder no sólo monopólico, sino dictatorial. Mientras la abrumadora mayoría de los periodistas deportivos estaban en la empresa o soñaban con estar ahí, otros pequeños grupetes no estuvimos porque lo elegimos así. Preferimos laburar de otra cosa antes que arrodillarnos o trabajar en otros medios afines colando notas piolas pero aceptando con resignación que había cuestiones de las que no se podía hablar.
Estas dos décadas de dictadura fueron pesadas. Toda dictadura que cae merece un festejo estruendoso y una o varias borracheras con amigos y familia. Este caso, de todas maneras, es peculiar, como siempre en el mundo del fútbol argentino: ha caído la dictadura pero no el dictador. Don Julio nos tiene a todos agarrados de los huevos, debemos admitirlo. No sólo atiende una de las principales franquicias del negocio del fútbol, sino que es el vicepresidente de la casa matriz. Desde allí se encarga de decirnos, cada vez que alguien intenta moverlo de su sillón vencido por el paso del tiempo, que la FIFA desafilia a las asociaciones intervenidas por sus Estados nacionales; es decir que lo que debería hacerse, que es sacarlo a patadas en el culo vía intervención estatal, no se puede llevar a cabo por esa extorsión: imaginate quién se haría cargo del costo político de que nos desafiliaran y nos impidiesen jugar un mundial, por ejemplo. Otra opción sería un levantamiento interno, pero los clubes, al menos por ahora, siguen atados económicamente a Viamonte como los pobres a sus punteros y no se ven Gámez o Chebel a la vista. Una tercera variante sería el tiranicidio…, pero es una broma; a ver si a alguno se le ocurre hacerlo y termino, como el perejil que soy, acusado de ser el autor intelectual.
No sé si habrá sido como publicó Noticias, que a Grondona lo apretaron desde el gobierno con sus simpáticas declaraciones juradas ante la AFIP para que le quitara el negocio a Torneos y Clarín. Es probable, suelen manejarse de esa manera.
Es difícil saber lo que viene lo que viene. Vamos a esperar una semana más para escribir sobre eso.
Lo único que quiero anticipar es que el gobierno tiene una oportunidad incomparable para, si quiere, redistribuir la riqueza en el fútbol reordenando el reparto del dinero recibido por la tele. Ahora, tomando el caso de la primera división, los más grandes reciben mucho más dinero que el resto. Cobran más porque tienen más hinchas y ganan más campeonatos; pero, veinte años después, para mí ya es al revés: son los que más hinchas tienen y ganan más campeonatos porque reciben más guita y arman mejores equipos. No parece que esto vaya a cambiar, tampoco nos ilusionemos con una revolución, porque estamos lejos de vivir una y en el 2001, cuando pudimos intentarla, nos asustamos tan sólo por pensarlo.
Volvamos con los medios, nuestros queridos y libertarios medios de comunicación. A mediados de 2000 el hoy gobernador de Chubut, Mario Das Neves, era diputado nacional. Desde su banca denunció a Julio Humberto Grondona por administración fraudulenta e infracción a la ley penal tributaria. Un notición: uno de los tipos más poderosos del país acusado por delitos graves. La denuncia la hacía un diputado nacional. Había un testigo clave –Raúl Cortés, que fue chofer y cadete para entregas sucias de Torneos y Competencias- que aportó datos por los menos interesantes. Y un juez federal, Juan José Mahdjoubian, que tomó la causa. Casi nadie lo publicó. Sólo Víctor Hugo Morales y César Francis; Gonzalo Bonadeo, desde el corazón del imperio, un aplauso para él; Marcelo Larraquy; Ezequiel Fernández Moores; Gustavo Veiga; y, desde la revista El Tablón, Diego Hernández, Daniel Mames y yo. Nadie más desde los medios masivos, aunque sí algunos otros desde medios alternativos. Estoy seguro de algo: Clarín no dijo nada. Por el contrario, y como ya había sucedido con el ex juez Roberto Marquevich, quién osó detener a Ernestina Herrera de Noble por la causa de sus hijos Felipe y Marcela y terminó destituido, Mahdjubian corrió la misma suerte tras una investigación de Telenoche, el programa justiciero del grupo. No digo que las causas de las destituciones fueran inventadas; pero lo llamativo es, que si un juez incomoda al poder, termina siendo desplazado de su cargo por razones que, seguramente, podrían hacer caer a otros jueces, que como no se meten con ningún poderoso, siguen ahí, en sus juzgados.
Hoy, enfrentado al gobierno y traicionado por Don Julio, Clarín escribe a favor de la democratización en la AFA.
Hay que estar preparado para que ocurra, en el fútbol postorneos, un reacomodamiento de los periodistas del poder similar al que se dio tras la caída del menemismo. Asistiremos al reciclamiento de muchos que no sólo callaron durante estos años de estafa mayúscula, sino que vivieron de ese poder corrupto. Van a saludar emocionados al nuevo orden, que podrá ser mejor o quizá otra estafa contra la cual habremos de pelear, pero ellos se presentarán como defensores de la libertad y del fútbol para todos. Es más, dirán para todos y todas, que suena más lindo e inclusivo. Los que nacimos antes que google y nos mantuvimos firmes en la denuncia permanente contra el negocio espurio, tenemos la obligación de recordar quién es quién. Y, también, tenemos derecho a estar desbordados por la felicidad. Levanto la copa, entonces, para brindar por la caída. Y por un deseo: que lo que venga no sea la misma mierda con distinto olor.

domingo, 4 de enero de 2009

La mudanza de La lechería


Libres de ellos, presos de nuestros prejuicios
por Fernando Tebele

Escribo en mi departamento, un octavo piso de La Paternal. Vivo aquí desde septiembre de 2000, hace 8 años. Muchos menos que Raúl Rulo Calatayún, que vivió en el barrio desde 1979 hasta hace unos días. Casi 30 años en La lechería pasó Rulo, que trabaja, que siempre trabajó. Sin embargo, yo tengo más derechos que él. Tengo derecho a que nadie me mire mal, porque tengo carné de clase media. Podría ser asesino serial o ladrón, pero mi pilcha lo disimularía. Tengo derecho a quedarme aquí. Nadie en el barrio quiere que me vaya.
¿Por qué valen más mis pocos años aquí que los 30 de Rulo? ¿Quién decidió que soy mejor que él? ¿Por qué La Paternal puede ser mi barrio y no el suyo?, si la diferencia básica entre nosotros es que mi familia pudo prestarme la guita para que comprara éste dos ambientes y él no tiene ni una garantía inmobiliaria. Eso es todo. Si yo hubiese estado en situación de calle, sin vivienda, quizá hubiera tenido que pagar un alquiler en La lechería. Sin elegirlo, hubiera caído ahí o en otro asentamiento. Aunque el lugar común de un sector de la clase media asegure lo contrario, ¿quién puede elegir vivir sin cloacas, sin agua corriente, con olor a mierda, sin intimidad y escuchando los gritos de las otras familias, entre otros beneficios de vivir en un asentamiento?
La lechería ya no existe.
Este enunciado podría ser una buena noticia pero aún no lo es.
Como estaba acordado con los habitantes del lugar, La lechería fue cerrada y comenzó a ser demolida el viernes 19 de diciembre. Pero hubo un pequeño inconveniente en la mudanza. Cerca de 80 familias que fueron despreciadas y estigmatizadas por la mayoría de sus vecinos durante años, corrieron la misma suerte en la que debería ser su nueva casa: los vecinos de Mataderos también sacaron a relucir lo peor de sí. Insultaron y agredieron a los ex Paternal, que están construyendo con sus propias manos las nuevas viviendas en una vieja fábrica abandonada de la calle Basualdo que la Cooperativa Los Bajitos compró hace un par de años.
Hasta el momento que escribo, el panorama es confuso:
La lechería está siendo demolida. Pasar por allí remite a las imágenes de la AMIA tras la explosión. El operativo policial de estilo superclásico que vimos estos días continúa. Todo vale la pena, pues La paternal ya no sufrirá más robos ni violaciones y seremos un barrio libre de pobres al que todos querrán venir a vivir. Tendremos un gran supermercado donde nuestros hijos podrán ser explotados como cajeros y repositores o unas torres repaquetas. Da casi igual.
Pero vamos a tener otro problema: ¿a quién le echaremos la culpa ahora cada vez que suframos un robo? Habrá que esforzarse para conseguir nuevos chivos expiatorios y seguramente lo lograremos. Deben quedar pobres por ahí, en algún rincón del barrio.
50 de las 80 familias que conforman la Cooperativa Los Bajitos están pasando sus días en viviendas transitorias del IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad). Las otras 30 viven la transitoriedad de otras maneras (en casas de familiares o alquilando). Lograron con su lucha salir del ghetto en que vivían, pero la nueva historia nació mal: si logran ir a Mataderos (suponemos que lo harán) tendrán que pelear otra vez contra el prejuicio. Mientras tanto, intentan que nadie los vea, porque mejor que ser mal visto es volverse invisible.
Va una que escuché en estos días: "y encima les pagamos para que se vayan. Yo pago mis impuestos y el Estado nunca me ayudó".
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la ley 341 promulgada en el año 2000 dice que el ejecutivo porteño "instrumentará políticas de acceso a vivienda para uso exclusivo y permanente de hogares de escasos recursos en situación crítica habitacional, asumidos como destinatarios individuales o incorporadas en procesos de organización colectiva verificables, a través de cooperativas, mutuales o asociaciones civiles sin fines de lucro, mediante subsidios o créditos con garantía hipotecaria". El gobierno porteño les dio doce mil pesos por familia y, con ese dinero, están levantando sus casas transitorias. Las definitivas las construirán con un crédito hipotecario. Nosotros nunca recibimos esa ayuda, es cierto, pero tampoco construiríamos nuestras casas, sino que les pagaríamos a alguno de ellos para que la hiciera sin preguntarle dónde vive, porque en ese caso no importaría.
Pensemos juntos: ¿qué habría que hacer con los pobres? ¿Los matamos, los barremos a otro lugar menos presumido o pensamos juntos cómo evitar que esos pibes crezcan con el resentimiento que les podría generar que en ningún lado los quieran? ¿Además de pobres son culpables?
Muchos de los que estudiaron y se prepararon para ser educados e inteligentes, se han convertido en soberbios, ciegos e irracionales. Si alguno de esos pibes que nadie quiere en su barrio acumula resentimiento y se convierte en uno de los chorros que tanto repudiamos, al menos sintamos algo de culpa, porque lo que hicimos con él cuando lo tuvimos cerca fue señalarlo y apartarlo.
Distinguidos vecinos y vecinas de La Paternal: nuestro barrio será de ahora en más un espacio de armonía, tranquilidad y paz. Cualquier hecho delictivo o de mal gusto que ocurra dentro de sus límites será culpa de...
Paciencia vecinos. Ya encontraremos ante quiénes sentirnos mejores.



La mirada que el poder propone
por María Eugenia Otero

En La Retaguardia varias veces nos ocupamos de La Lechería.
La nota que más me pegó fue la del día que mataron a un vecino que pidió una pizza en su casa de La Paternal y casi todo el barrio acusó a los habitantes de La Lechería.
La prueba para hacer semejante acusación parecía ser únicamente que los tres asaltantes habían corrido en dirección a La Lechería. Nadie los vio entrar. Nadie los reconoció. Sólo escaparon hacia ese lado. Nadie los siguió las cuatro cuadras que separan la casa de la víctima del asentamiento, pero fueron ellos.
El gobierno de la ciudad desalojó la lechería el pasado 19 de diciembre y la mayoría de los que habitaban allí se han instalado –subsidios mediante- en otros lugares.
Pero la cooperativa de vivienda Los Bajitos, que había comprado un terreno en Mataderos y estaban intentando construir un hogar mejor para todos, volvió a enfrentarse al estigma que pesa sobre ellos. En Mataderos no los quieren. Y paradójicamente, los vecinos -que suelen defender el derecho a la propiedad privada- les impidieron la entrada a un predio que les pertenece.
Se calcula que en la Ciudad de Buenos Aires hay más de 50 asentamientos precarios y una enorme cantidad de casas tomadas, inquilinatos y conventillos. En suma, más de 500.000 personas sin acceso a una vivienda digna. Muchos se encuentran bajo la línea de pobreza y de indigencia.
Como este orden social no va a resolver la situación de tantos, se crean y se recrean ideas como que los pobres son los culpables de la inseguridad y la violencia. Ideas que “nos adaptan” a los intereses del poder y aseguran que nada cambie.
Leí con espanto el blog de “los pibes de Mataderos”, que, con el verdinegro de Chicago de fondo, se enorgullecen de estar haciendo el aguante para que no entren “los putos de la paternal”.
El poder necesita, para no andar a los palos todo el tiempo, que nosotros adaptemos nuestra manera de ver el mundo a sus intereses. Que son los intereses de un sector, claro. Entonces se propone -especialmente desde los medios masivos de comunicación- una determinada interpretación de la realidad, que en general omite algunos datos y resalta otros. Incluso aparecen mitos que cuestan poner en tela de juicio porque han sido repetidos por generaciones, y porque le hablan claramente a nuestras pasiones y nuestros temores, como el blog de los pibes de Mataderos, y no a nuestro lugar de racionalidad.
Dice el blog, recurriendo a información errónea, que quieren meter a 300 familias de La Lechería, de las cuales 150 tienen antecedentes por “delincuencia, tranzas y violines” (sic). Y más allá de las dudas sobre qué intereses podrían estar detrás de la protesta de los vecinos, es cierto que en las calles se escucha eso.
En La Paternal o en Mataderos, la interpretación de la realidad que el poder propone es la que se impone.

domingo, 21 de octubre de 2007

Lejos de la revolución

A Jorge Julio López, un voto menos

La radio permanecía encendida, en mi cuarto, vaya uno a saber desde qué hora. Los movileros operaban con equipos radiales, nada de celulares. Como máximo corrían hasta algún teléfono público o de algún vecino copado para comunicarse por esa vía y así salir al aire, pero en esa zona no había vecinos, sólo la interminable extensión del complejo militar. La televisión, en 1987, difícilmente tuviera móviles a lo Crónica, en vivo y en directo. Transmitían lo que ahora se conocen como latas; es decir, filmaciones que se enviaban lo más rápido posible al canal, para ser emitidas luego en diferido.
Por eso la radio, en aquel momento –y por qué no, ahora también- era el medio más apropiado para seguir lo que sucedía en Campo de Mayo esa tarde.
Un tal Aldo Rico se había levantado en armas. Se decía que para tomar el poder y derribar a la joven democracia que aún no había cumplido cuatro años. En ese corto lapso postdictadura habían sucedido algunos cambios significativos. Ya sentíamos orgullo por el histórico juicio a las juntas militares. Mario Firmenich, tras ser extraditado desde Brasil, aguardaba la condena en prisión, mucho antes de negociar con Carlos Menem su apoyo en la campaña presidencial de 1989 a cambio del indulto. La moneda, el Austral, comenzaba su fase terminal; la hiperinflación no estaba servida en la mesa pero se olía.
No tengo demasiados registros de la vida en Australes. El único recuerdo que conservo en esa moneda es el de Rogelio Roldán pidiéndole aumento a John Patrick Bartholomiú, mientras soportaba el asedio de la esposa de su jefe, encarnada por Susana Romero, quizá la belleza más natural de las chicas Olmedo. Roldán ganaba ciento cincuenta australes y, por supuesto, nunca consiguió la suba del salario ni venció sus temores de clase que le impedían revolcarse con la morocha.
Todavía sin cumplir mis diecisiete, la secundaria era una etapa no muy feliz que quería terminar cuanto antes. Ya sabía que estudiaría periodismo deportivo, pero no dónde. Me costó bastante convencer a alguien de la familia para ir hasta la Plaza de Mayo, pero logré el apoyo de mi hermana y su familia entera; casi como un paseo dominical, todos en un Renault 18 a punto de caerse intentando entrar a la plaza colmada.
Los reportes radiales decían que la manifestación, surgida de manera espontánea, ya era masiva. Todavía no tenía sentido quedarse a ver cómo la vida sucedía por televisión; si estabas ahí lo veías, si te quedabas en casa, no. O quizá sólo vieras lo sustancial, como el discurso de Alfonsín tras su vuelo hacia Campo de Mayo para negociar con los sediciosos. Parece que no es un buen síntoma de la historia que un radical se suba a un helicóptero. Lo que siguió es más recordado: Alfonsín volvió, dijo que los militares, “algunos de ellos héroes de Malvinas”, habían depuesto su actitud, y se olvidó de contarnos que les había pagado con una ley que hizo caducar la mayoría de los juicios por las desapariciones durante la dictadura. Pocos días después casi todos los radicales y peronistas votaron la Ley de Obediencia debida, que limitaba los procesos a quiénes habían dado las órdenes, los oficiales superiores. Al año siguiente, cediendo a las presiones de otro levantamiento militar, ya sin apoyo popular, entregaron la Ley de Punto final, y los juicios quedaron concluidos.
En aquellos días comenzó el divorcio entre el sistema y el pueblo. Supimos que con la democracia no necesariamente se comía, se curaba y se educaba, como había prometido a gritos Alfonsín. Entendimos que la democracia podía traicionar; o, en todo caso, la clase dirigente de esta democracia representativa.
Es muy claro que aquella tarde de domingo pascual, en la Plaza de Mayo –y también en Campo de Mayo, dónde muchas personas hasta querían enfrentar a los militares-, la participación política de la población comenzó su declive hasta los niveles de hoy, casi nulos. Fue el primer desencanto con la democracia representativa. Lamentablemente no el último, ni mucho menos.
Otras circunstancias ocurrieron en el medio para que a la mayoría de la sociedad le interese poco y nada elegir a un presidente. Para que sintamos que las elecciones no cambian mucho las cosas; y no en un sentido progresivo de pensar que los cambios se operan en otro lado, sino con la sensación que somos ajenos a cualquier cambio.
Esa idea de la no participación ha sido premeditada y les tomó décadas de construcción. Se ha generalizado la sensación que la política es sólo para los inescrupulosos; para los que tienen precio, si es bajo mejor.
Sirve aclarar que cuando me refiero a la caída de los niveles de participación popular, no sostengo que estos hayan sido muy elevados: la dictadura ha dejado sus secuelas también en ese aspecto. Pero sirven como ejemplo las campañas políticas presidenciales. En la década del ochenta los actos preelectorales movían decenas de miles de personas que apostaban a los proyectos, que no necesitaban ni el chori ni el tetra ni un cincuenta. Eran ciudadanos que iban a escuchar propuestas y creían que aquel que los arengaba desde arriba iba a cumplir con sus promesas. En ese punto Menem superó por kilómetros a Alfonsín: el negro de patillas largas que ilusionaba a las mayorías humildes y asustaba a las clases media y media alta (a cuántos que luego votaron su reelección se les escuchó decir en 1989 que si ganaba se iban del país), traicionó a las masas y se cruzó de vereda. Ese fue el final del sueño democrático, porque el Frepaso traicionó antes de llegar, al unirse con el radicalismo moribundo, no para salvarlo, sino para morirse juntos.
Aquella campaña mostró las dificultades para generar actos masivos. Duhalde cerró la suya en River y esa semana fue imposible conseguir chorizos en cualquier carnicería. Ni siquiera así llenaron el estadio. No alcanzó ni con toda la fe de Palito Ortega.
La Alianza, por su lado, no se hizo en la calle: entendió que, si no poseía un aparato político a su disposición, había otro aparato que les podría servir: la tele ¿Alguien recuerda el acto de cierre de campaña de De La Rúa? ¿Habrá sido con Portal en Notidormi, con la nariz de payaso, diciendo hop hop mboheio?

¿Elecciones?, ¿cuándo?, ¿para qué?

En esta elección que se viene la participación fue nula, pero habrá que anotar a favor de los ciudadanos que casi no hubo campaña de la que participar.
Cristina Fernández (la dueña de los botox), Jorge Sobisch (100% responsable del asesinato de Fuentealba), Roberto Lavagna (¿creerá de verdad que su ida del gobierno causó todos los males del mundo?) y Alberto Rodríguez Saá de Goris, sólo proponen generalidades: “vamos a darle prioridad a la salud y la educación”, “terminaremos con la pobreza”, “atacaremos la inseguridad”. Todo muy lindo, pero casi nadie cuenta cómo, porque no les interesa ni les conviene.
Cristina agregó a las generalidades anteriores que es la hora de profundizar el cambio. Tuvo un discurso para cada lugar: a los capitales extranjeros (o a sus lobbystas, los presidentes de los Estados/Nación) les dijo que somos un país serio; para los acreedores, promesas de pago; a los frepasistas recuperados les gritó que tuvo que venir un gobierno progresista para ordenar las cuentas, y así según quién conformara su auditorio. No queda claro qué cambios se profundizarán, ni cómo, pero sí es evidente con quién está dispuesta a construir política.
Sin que esto implique desconocer los buenos pasos que dio el gobierno (básicamente su impecable política de derechos humanos del pasado y la renovación de la Corte Suprema), parecen querer continuar con el típico baile peronista: un pasito a la izquierda, otro a la derecha, uno para adelante y otro para atrás. En general, con semejantes cruces, es sencillo terminar en el piso, pero hay que reconocerles que no le temen al ridículo y están siempre dispuestos a salir a la pista para bailar con quién sea. A los más feos (los del conurbano) les pintan los labios y los ponen al frente de las boletas, encarnando la renovación de la política.
Carrió, mientras tanto, se diferenció del resto tirando algunas propuestas concretas, aunque su devoción por Ricardo López Murphy y la ya no tan piba Patricia Bullrich confunden un poco. Es difícil imaginar a alguien que en sus pocos días como ministro de economía intentó cortar el presupuesto de educación, pensando que el ingreso a la niñez que propone Carrió no sea un gasto inútil. Parece más inclinado a pensar que los negros se lo van a gastar en vino, que a creer que pudiera ser una buena medida. Más allá de eso, el plan para terminar con la pobreza es la propuesta más seria de toda la campaña. Todos hablan de redistribuir la riqueza pero Carrió puso en evidencia que eso es más sencillo de lo que se supone. Con 13.000 millones de pesos que se sacarían del ahorro del Banco Central, se repartirían cien pesos por hijo, sean pobres o ricos (cerca del 75% de los niños argentinos son pobres). El plan es sencillo, realizable, contundente y, además, deja en evidencia que si el gobierno no lo hace no será porque prefiera la pobreza, sino porque no quiere aniquilar el clientelismo. Como el plan sería universal, lo recibirían todas las familias y se acabarían los punteros. Interesante.
Por izquierda pasa lo mismo de siempre, nada nuevo. Paseos de guetto en guetto, realineamientos, rupturas y conformación de nuevos grupos que se puedan volver a romper más pronto que tarde.
Esta vez, sin embargo, aparece una nueva propuesta: el Proyecto Sur que lidera Pino Solanas, candidato a presidente y a senador nacional. Su vicepresidente sería Ángel Cadelli, un trabajador de Astilleros Río Santiago, una de las pocas empresas estatales que pudieron evitar la privatización menemista gracias a la resistencia de sus trabajadores. Claudio Lozano es propuesto para renovar su banca de diputado nacional por la Ciudad que va a estar buena algún día. Proyecto Sur es una fuerza incipiente, con tan sólo tres meses de vida y un discurso peronista de izquierda, nacional y popular. Probaron charlar con el MST Nueva Izquierda y se desconfiaron mutuamente. Si no vencen esos prejuicios “son muy peronchos” y “son muy troscos”, no lograrán escapar a las mezquindades. Es un buen síntoma que se hayan sentado a charlar, aunque no alcanzaran ningún acuerdo esta vez.
Pino ha sido el mejor cronista de los últimos años con su trilogía documental (Memoria del saqueo, La dignidad de los nadies y Argentina latente), y es probable que ese trabajo de calle le otorgue una ventaja ante los políticos de despacho. El énfasis que pone en la recuperación de los recursos naturales como política de Estado (es uno de los fundadores del MORENO), lo distinguen del resto por lejos. Suelen pensarse estratégicamente la llegada y la permanencia en el poder, pero no el país. Ya ni se discute qué país queremos.
Otros grupos entre los que se destaca el Frente Popular Darío Santillán, impulsan el voto en blanco, impugnado o la no participación. El FPDS lleva un par de años de construcción sólida, de base. Su trabajo social y político es muy interesante, pero no deberían obviar que la reforma constitucional de 1994 liquida al voto en blanco o impugnado al no contabilizarlo. Uno termina apoyando a la primera minoría, cuando es lo último que quisiera. Además, aunque demasiado indirecto, el voto sigue siendo una conquista a la que no se puede ni se debe renunciar. Habrá que trabajar duro para entender que no alcanza sólo con el voto, pero eso no implica despreciarlo.

Un oasis que aún no se secó

En la línea de descenso de la participación popular que iniciamos con Alfonsín y subrayamos con Menem, se dibujó un punto, un oasis, que todavía hoy resulta difícil explicar: el movimiento del 19 y 20 de diciembre de 2001, un proceso participativo que duró casi todo el 2002 y terminó disuelto no sin dejar huellas a su paso.
El viejo poder, con la cara un poco lavada y el libro de pases abierto tras la caída en desgracia del PJ y la UCR, se reagrupó. Ya esas siglas no significan nada por sí solas y eso es un logro de aquellas jornadas, sin dudas. Diluidas las viejas estructuras, sus participantes se realinearon para conformar las nuevas. Son prácticamente los mismos pero bajo otras siglas o símbolos.
La mayor parte de la población que permaneció en las calles durante más de un año regresó a sus casas. Tal vez porque sólo les interesara recuperar sus ahorros, quizá por miedo al poder, por comodidad o por lo que fuere, volvieron (volvimos) a delegar el poder, casi sin participar de él.
Con las clases más bajas atrapadas en la red de los punteros y la clase media otra vez distraída mientras sale de shopping (al menos aprendimos a gastar antes que a ahorrar), hay algo en nuestras cabezas que ya nunca será igual. Aún no comprendimos que los logros de este gobierno también deberían ser entendidos como concesiones. Que nos tuvieron y todavía nos tienen un poco de miedo. Que les quedó cierto temor a tener su propio 2001. Ya no hacen siempre lo que desean. En general sí, pero si se topan con resistencia reculan.
El caso de la Corte Suprema es clave para comprender: si el gobierno nacional quisiera una justicia independiente, no hubiese reformado el Consejo de la Magistratura, en el cual la política pasó a ocupar más cargos para poder dominar las designaciones y sanciones a los jueces. Dieron el gran paso de la renovación del máximo tribunal (por lejos la mejor decisión de Kirchner, pues lo trascenderá en el tiempo) y, enseguida, armaron el control de la justicia vía Consejo. Su integrante más destacado, Carlos Kunkel, acaba de anunciar que ha llegado la hora de hacer la Revolución Peronista. Lo que no explicó es cómo piensan hacer una revolución sin política de masas, que al menos por ahora no existe: sólo convocaron a la gente el 25 de mayo de 2006.
El control ciudadano para no dejar pasar por alto cualquier medida es el arma más eficaz que tenemos a mano. Porque la usamos hace bastante poco. Todavía humea. Ellos le temen. Y aún quedan dos balas en la recámara: el voto y la calle.
Cuando volvamos a salir, nadie podrá volver a decirnos, como aquella tarde de la gran decepción, que la casa está en orden.

lunes, 9 de abril de 2007

Dios no es feliz

Diego Maradona no murió. Esa es la noticia. Otra vez. Habrá que esperar hasta la próxima para poder saciar nuestro deseo de mitificarlo perfectamente. Y él seguirá luchando para reprimir sus impulsos autodestructivos.
No quiero referirme aquí a sus cuestiones más personales; no me atrevo a hacerlo, creo que no corresponde. Prefiero, sí, detenerme en el análisis de la actitud social que generan sus tropiezos.
Tratando de no generalizar, advierto desde hace años una necesidad social inconsciente y postergada de matar al ídolo para completarlo como tal. Como si Diego, dueño de una grandeza futbolera inimitable, sólo pudiera conseguir regresar y regresarnos a esa imagen teológica apelando a uno de los misterios y angustias más grandes de la humanidad: la muerte, si temprana mejor.
Hacia ella lo vamos empujando, sin pensarlo, sin quererlo, con nuestras presiones permanentes. Todos recordamos cuando lo hicimos regresar porque necesitábamos de él, de sus mágicos pasos, más para evitarnos la nostalgia que para mejorar a un equipo de fútbol. En ese ’94, le terminamos reprochando otro tropiezo, como si no conociéramos su costado vulnerable, como si fuéramos completamente inocentes de él. Algo parecido sucedió en su regreso a Boca. En ese dóping positivo final que silenciamos entre todos, haciéndonos los comprensivos, pero a la vez diciendo: “qué pena, ¿ves?, Diego no sale más”.
A pesar de todo, Diego nos complica la idea del mito completo, la del grande que cuando ya no puede ser tan brillante muere, para dejarnos esa imagen joven, infatigable, hermosa. Reapareció con rostro feliz, con estampa sana y, en la cancha con más público del mundo, la televisión, mostró otras destrezas, todo su ángel nuevamente a disposición del show. Pero esa grandeza suya no es tan imponente como la otra y no sólo nosotros estamos impedidos de soportarlo: él tampoco puede hacerlo. Y otra vez la idea de la muerte como última grandeza, como única manera de mitigar el dolor de ya no ser.
Alguna vez, en aquel episodio ya recordado del positivo en el torneo local, escribí que Diego necesitaba exiliarse para seguir viviendo. Al modo de muchos de nuestros próceres, él, que ya es uno más de ellos, debería –sostenía entonces en el programa de radio Días extraños- hacer la “gran San Martín” y procurarse su propio Boulogne Sur Mer, no sólo para morir lejos, también para vivir más y mejor.
Así como Carlos Gardel, Mariano Moreno o Ernesto Guevara murieron temprano, lejos y se erigieron próceres de distinto tamaño o nivel de discusión luego de sus muertes tempranas, deberíamos ayudar a Diego a seguir el camino contrario, permitiéndole alguna vez no ser tan grande, dejándolo ser, no anónimo, porque sería imposible, pero sí normal. No cargarlo con nuestras frustraciones, porque él ya tiene las suyas; tal vez olvidándolo un largo rato, para permitirle una vida lejos de Maradona, cerca de Diego. Algo que difícilmente pueda lograr aquí, en un país que necesita todo el tiempo de héroes, para disfrutarlos, adorarlos, pero también para luego poder bajarlos del pedestal y sentirse cómodo en la frustración, ese sentimiento tan reconocible, aunque sea por costumbre.
Ojalá entendamos que todos esos sentimientos los jugamos con una persona. Que merece vivir más allá de lo que nos haya dado. Y que será más grande si sobrevive al impulso de muerte que todos (incluyendo al propio Maradona) le deseamos, aun cuando ni siquiera podamos pensarlo de ese modo y mucho menos admitirlo.

Pero ¿qué es lo que no nos tragamos ver de este Diego? Aquí y ahora, ya no puede mostrarnos todo el sueño que encarnó: el negro que nació debajo de la tierra, en la villa, y llegó a la cima. Que se casó con su novia de siempre y jugó como nadie el juego que todos jugamos. El que se hizo multimillonario y tuvo todos los autos y todas las minas. Aquel al que los más encumbrados personajes del planeta le quieren estrechar la mano y el que se da el lujo de rechazar a más de un poderoso. El dueño del mundo y del sueño material absoluto, pero que, a pesar de eso, no es feliz. Todos soñamos en cierto momento poseer alguna parte de su sueño para ser felices y él que tiene todos los sueños juntos no es feliz. No es un buen mensaje, mejor no verlo. Es frustración pura. Mucho mejor detenerlo ahora, que aún está fresco todo lo que fue, la esperanza de que es posible concretar esos sueños y sonreír satisfecho después. No ser feliz a pesar de tener a mano el mundo todavía puede ser su culpa por negro (de mente, no de piel).
Eso es lo que no soportamos ver de Diego. Su costado actual es profundamente cruel con nuestras propias esperanzas: tenerlo todo a los pies puede no hacer feliz al hombre. Es demasiado duro de aceptar. Creíamos tener resuelto el punto. Sabíamos qué era la felicidad y, en todo caso, suponíamos que era para unos pocos, no para todos. Pero Diego es el ejemplo más crudo de que nuestro modelo de realización absoluta no necesariamente es sinónimo de felicidad.
Estamos hace tiempo esperando para llorarlo como se merece, no sólo por lo que nos dio, sino también por lo grande que sería al morirse a su tiempo, o sea cuando ya no pudiera ser más Dios.

Tal vez sea tiempo de aceptar la peor de las sentencias: Dios no es feliz. Y no me refiero solamente al lugar común de Diego es Dios porque provocó genialidades inexplicables, sino al concepto de Diego/Dios como el del tipo que consiguió los objetivos máximos de buena parte de los humanos, como representación de aquello supremo a lo que aspiramos. Ese Dios no es feliz.
Habría que construir otro. Con valores diferentes, objetivos opuestos y otros sueños.
Subir la apuesta. No buscar ya al hombre nuevo como ícono renovador, sino reformular al Dios que tenemos. El mismo que nos vendieron y compramos sin chistar.
Ese nuevo Dios, quizá, pueda ser feliz.



Fernando Tebele

viernes, 29 de diciembre de 2006

Desapariciones

Apareció Luis Gerez.
Estas líneas fueron escritas apenas corrió la noticia de su secuestro. Sufrieron una espera y algún retoque cuando supimos que el presidente hablaría en cadena nacional. Y, finalmente, soportaron este agregado aclaratorio. Lo demás quedó tal cual, porque nos parece que lo que allí intentamos marcar merece ser pensado, pese a la distensión que genera saber que Gerez está vivo. Es momento de no olvidar a López y de analizar qué podría haber sucedido si la reacción hubiese sido tan contundente en su caso.

Estaba por almorzar cuando escuché en la radio la mala nueva. Sentí un par de sensaciones mezcladas. En principio me recorrió un frío poco original. Apenas recuperé la temperatura pensé que cuando lo encuentren a López (por favor, pensemos que sí), le van a tener que pedir perdón por varias razones: por las sospechas que largaron rápidamente sobre la víctima, a modo de especulación política; y por haber dejado que el tema decayera hasta ahora, que renace ante otra ausencia. El gobierno, si no me traiciona la memoria, convocó a una sola marcha por López. Las demás fueron promovidas por los partidos de izquierda y los organismos de derechos humanos que no están jugados con el gobierno nacional. Podrá decirse que no fueron porque allí son duros con ellos, pero tampoco promovieron otras movilizaciones más amistosas. No apostaron al olvido, es cierto; nada mejor para ellos que encontrarlo con vida. Pero hicieron poco para preocupar al resto de la sociedad. Unos mensajitos de texto en los celulares y las fotos en los patrulleros (justo en los coches policiales) parecen poco, sobre todo si los policías torturadores que Arslanián detectó en la bonaerense aún revistan en la fuerza o sólo fueron pasados a retiro, como si con eso bastara para que abandonen sus hábitos. Hace poco, Nilda Eloy, compañera de López, denunció en nuestro programa que de los sesenta policías de la lista del ministro sólo la mitad fueron jubilados, ni siquiera echados, y los otros siguen de uniforme.

Unos minutos después pensé casi una maldad: ahora se ponen las pilas porque les toca más de cerca. Gerez fue militante de la JP, igual que López. Pero mientras éste abandonó la militancia hasta el juicio a Etchecolatz, aquél es integrante de uno de los grupos políticos que acompañan el proyecto kirchnerista, el Movimiento Evita, que tiene como principal referente a Emilio Pérsico, vicejefe de gabinete de Felipe Solá.
A mí me da lo mismo, ante estos hechos, si es militante o no; es más, por ahí hasta me queda más cerca Gerez, que sigue comprometido políticamente a pesar de lo que vivió cuando tenía dieciséis años. Pero parece que no a todos les da igual. Esa vieja manía de que, ante similares circunstancias, algunas vidas valgan más que otras, según la filiación política. López se merecía que Kirchner hubiera dado este discurso por él, si no el segundo día porque tenían dudas, un mes después, cuando ya nadie apostaba a que no fuera un secuestro.
Si fue una tontería achacarle al gobierno la responsabilidad por el secuestro de López, porque nadie podía imaginar que estas cosas sucedieran nuevamente, no se entiende por qué no previnieron este hecho cuando Gerez denunció que había sido amenazado de todas las maneras posibles tras su testimonio en la Cámara de diputados, fundamental para evitar que Luis Patti asumiera como diputado nacional. La misma Nilda Eloy nos contó que, aun con la custodia en el frente de su casa, unos días después de lo de López encontró su casa toda revuelta.
Me da pena citarlo, justamente a él y en estas circunstancias, pero Patti dijo que si a Gerez lo secuestraron no aprendimos nada. Tal vez tenga razón, aunque no sea creíble el personaje, con una salvedad: a un torturador uno no le pide que aprenda nada, pero a los demás le exige que se hagan cargo, aun cuando para eso tengan que pagar algún costo político.
Este miércoles, cuando ya hacía un par de horas que Gerez no estaba aunque no lo supiéramos, en la radio hablábamos con Ramiro Ortega Gómez, el hijo del diputado Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A el 31/7/74. Le pregunté si, como nosotros, también sentía que la sociedad no había asumido la gravedad de la ausencia de López y ensayó una explicación que remite a la despolitización de la sociedad, sumergida más en lo individual que en lo colectivo tras años de haber sido llevada por ese camino.
Esas mismas razones que entregó Ortega Gómez nos obligan a intentar ir más allá de estas dos desapariciones.
No hay que ser demasiado despierto para darse cuenta que estos ataques están dirigidos, desde los cuerpos de López y Gerez, al resto de la sociedad. El presidente describió el panorama con precisión. Mientras conservaron espacios de poder, los asesinos y sus justificadores llevaron adelante revuelos militares para forzar a la joven democracia de entonces a cancelar los juicios: lo consiguieron. Muchos años después, atacan otra vez persiguiendo el mismo fin, pero con otros medios. Quieren evitar las condenas y para eso intentarán que la sociedad despolitizada, o sea la abrumadora mayoría de los argentinos, prefiera volverle la espalda a la historia reciente, para supuestamente seguir adelante. Es una buena estrategia, sobre todo por nuestros propios antecedentes que nos muestran haciéndonos los boludos más de una vez. Eso es lo que Kirchner no dijo. Que no será él quién defina si los juicios continúan o no; será la sociedad, que es la única que puede sostener una pulseada contra tales hijos de puta.
No va a alcanzar con haber visto Montecristo poniendo las manos sobre los ojos cerrados y diciendo “¡qué horror!”. Y no es tan sencillo lograr que los malos terminen presos o muertos, como pasó en el final del culebrón testimonial. En la vida real, esa que no tiene más guionistas que nosotros, estos problemas se solucionan poniendo el cuerpo. Y se acerca la hora en que deberemos decidir si, como conjunto, apostamos por ser mejores o hacemos lo que canta Blades en Desapariciones: “estaban dando la telenovela, por eso nadie miró pa’ fuera... avestruz”.
Si durante la dictadura muchos pensaron que el horror les pasaba lejos y era sólo castigo para los que “estaban metidos en algo”, ahora la cuestión es diferente. El mismo presidente habló de grupos parapoliciales o paramilitares. Y tus hijos están a merced de ellos, aunque no sean testigos de nada, porque muchos siguen calzando el uniforme.
Nuestro propio pasado nos enseña que ciertas heridas no se curan solas, que necesitan del único remedio posible, que se vende bajo receta y se llama justicia. Y lamentablemente no se consigue en cualquier farmacia.
La tentación de pensar que la única manera de superar el pasado es olvidándolo está ahí, delante de los ojos más ciegos. Tenemos una nueva oportunidad de ser mejores. De sobreponernos a las apretadas más tenebrosas y plantarnos. Habrá que salir a la calle y demostrarles que no hay que ser militantes comprometidos para despreciarlos. Tienen que saber que hasta el televidente más fanático de Tinelli y su pop star Calabró los repudia.
O reeditaremos, con otra forma, aquellas tres palabras malditas que esta sociedad acuñó sin vergüenza: algo habrán hecho.
Sí, pretender justicia.

Fernando Tebele

jueves, 21 de diciembre de 2006

La desmenemización del fútbol

Es difícil rastrear antecedentes de una mayoría tan abrumadora festejando el resultado de un campeonato de fútbol local. Mucho más complicada es la tarea si el campeón es un equipo de raíz popular en una ciudad importante, pero con pocos hinchas fuera de su localidad.
Será tarea esforzada buscar esas huellas, pero como no me especializo en ese área sólo cito la particularidad: la alianza tácita conformada entre hinchas de todos los clubes contra los de Boca Juniors, redundó en que la histórica victoria de Estudiantes de La Plata terminara siendo un espectáculo con mayorías alegres.

-¿Así que perdieron? –me dijo con cierto tono irónico mi compañera de radio.
Ella reconoce que es analfabeta futbolera y que carga con todos los prejuicios posibles respecto del fútbol. Conoce su parte más desagradable, esa que saca lo peor de sus protagonistas, pero intuye que hay una porción que se está perdiendo y es sabrosa.
También está enterada de mi matrimonio con Boca (con carné incluido) y del amor de amante que tengo con Atlanta. Por eso sintió la obligación de intentar bromearme el mismo miércoles, apenas finalizado el partido, antes de nuestro programa de radio.
-Al contrario, estoy contento. Quizás esté comenzando el proceso de desmenemización del fútbol –le respondí antes de alejarme hacia otra habitación con el paso del que ha sentenciado para la historia.
Sólo unos minutos después, desprovista de la dosis de ironía que había gastado en su intento anterior, se acercó para preguntarme: “¿me explicás lo del proceso de desmenemización?”. Entonces comienzo a contarle mi teoría.

Durante el principado del perverso de La Rioja (la involuntaria Transilvania criolla), el fútbol, por supuesto, no escapó de sus colmillos afilados. Como ya desarrollamos en otra columna, la sociedad futbolera llevó al extremo la práctica del neoliberalismo. Así, tomando como segmento de análisis desde 1990 hasta el clausura de este año, Boca y River, los más ricos, se llevaron el 75% de los campeonatos, mientras que el resto se repartió sin equidades entre seis equipos. Los demás vivieron en la pobreza absoluta, sin la más mínima chance de sacar a flote al menos la cabeza.
La rareza consiste en que esta vez el fútbol no acompaña al proceso político-social, como también desarrollamos en aquella nota. En ese contexto, se podría entender el triunfo del equipo de Simeone como parte del pequeño trozo de torta que les tocó a los más chicos durante el principado. Sin embargo, existen algún elementos que signifiquen, unidos tal vez por la necesidad de sentir esperanza, que la victoria pincha podría no ser un hecho aislado, sino una pieza importante de la tardía desmenemización futbolera. Hago lugar aquí para la enumeración de esos elementos:
1- Televisión Registrada ha difundido recientemente, en un par de ocasiones, un video en el que Boca da la vuelta olímpica en el estadio de River, ante el aplauso de los hinchas millonarios. Creo que es de 1969. Una imagen que los de nuestra generación jamás habíamos podido ver y mucho menos permitirnos pensar. El miércoles, los hinchas boquenses aplaudieron el paso de los jugadores pinchas a puro aplauso, con una hidalguía en la derrota que el club más menemista de todos no suele tener (el rótulo no es caprichoso: es el equipo que le roba los jugadores de inferiores a los más pobres y se jacta de tener un plan a futuro; el que si no sos socio no tenés derecho a sacar una entrada, pero tampoco dejan que te asocies; el club que institucionalizó la idea que si no poseés millones en tus cuentas no podés ser dirigente; el del presidente que es rico porque su papá se cansó de hacer fabulosos negocios con el Estado. Si todo eso no es menemismo puro...).
Vale entonces reconocer la importancia que cobra ahora que el programa del dúo asquenazí Wainraich/Schultz haya desempolvado aquellas imágenes en blanco y negro, pero llenas de colores que debemos recuperar.
2- Se sostiene que acabamos de presenciar el torneo más escandaloso de todos. No creo que sea así. En todo caso, lo que se modificó fue la tolerancia. Corrimos nuestro límite hacia niveles mucho más aceptables, aunque todavía indignos. No fue la primera vez que un plantel sufrió amenazas de su barra brava y luego las negó. Tampoco fue inaugural la entrega de puntos que le hizo Gimnasia a Boca. Ni el festejo probablemente incentivado de los jugadores de Lanús en la Bombonera, como si hubieran ganado el campeonato. Nada de eso ha sido algo a lo que no estuviéramos acostumbrados. Pero sí debemos cortar las cintas de un nuevo comportamiento: nos estamos permitiendo pensar que esto puede ser mejor. Sobre todo si los que hacemos algo para eso somos cada uno de nosotros, desde el lugar que podamos.
3- Lejos de lo que pudiera pensarse, esta final gloriosa del fútbol argentino no alcanza para limpiar la imagen del jerarca (ya es momento de remplazar la r por la g) de la AFA, Julio Grondona. La sociedad futbolera lo ha condenado de manera irreversible. Sólo falta que se anime a gritarlo en cada tribuna, en toda oportunidad, a modo de presión constante. Así como fue importante que desde el ’82 se oyera permanentemente en los estadios el “se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar”, para que el poder comprendiera que el miedo estaba en retirada, un remix del “Grondona/hijo de puta/la puta que te parió” continuo, contribuiría a tomar nota de ese cansancio que se evidencia pero pocas veces se expresa en conjunto.
Estos y otros elementos menores, me animan a pensar que el proceso de desmenemización del fútbol está en marcha, aunque camine a paso de tortuga fumada. Como con el país, aún es temprano para saber si lo que estamos construyendo es algo apenas mejor o muy diferente.

Ella escuchó con atención mi teoría. Ojalá se haya quedado pensando que el fútbol, además de ser la herramienta de distracción más grande a disposición del poder, también es el juego asociado más perfecto que el ser humano ha creado. Y que en él suelen jugarse otras cosas, además de patear la pelota.

Fernando Tebele

miércoles, 20 de diciembre de 2006

La gente

Para que el país haya volado por los aires en diciembre de 2001, suele decirse apropiadamente, confluyeron muchos motivos. Para desvirtuar y hasta ningunear ese proceso social se dijo que “la gente salió por la plata”. Más allá de que el uso del recurso la gente encierra una trampa (si muchas personas apoyan la misma causa que uno, diremos que la gente se cansó; si, en cambio, los que levantan la voz son otros, obviaremos el uso del término la gente), es cierto que muchos salieron porque sus depósitos fueron expropiados por los capitalistas (finalmente, los que expropian con mayor frecuencia), pero también es verdad que otros lo hicieron por desesperación, algunos por hambre y otros más porque estaban hartos de vivir en un país donde la ley rige siempre a favor de los mismos, y no, precisamente, de la gente. Se dirá que lo que antes era el duhaldismo bonaerense y hoy es el kirchnerismo bonaerense encendió la mecha; es verdad, tanto como que el reguero de pólvora ya estaba esparcido y se prendía hasta con agua.
A la distancia, demasiado corta aún por cierto, se aprecia que la población se puso al frente de sus dirigentes para marcarles el camino. De movida, Adolfo Rodríguez Saá pensó que los argentinos podían pretender ser un gran San Luis, pero se equivocó y se tuvo que ir a la semana. También se contó en esa oportunidad que el peronismo le corrió la silla y fue cierto, pero muchas personas ya estaban en la calle para echarlo. Nuevamente siendo vanguardia de sus dirigentes. Entonces apareció Eduardo Duhalde, quien con su muñeca (no lo digo por Chiche, sí por su capacidad de maniobra), elaboró una transición que tuvo su sentencia final el 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Una gran movilización, la noche posterior, volvió a marcar el camino que buena parte de la población quería seguir. Otra vez delante de sus dirigentes, diciéndoles hasta acá sí, más no.
Llegaron las elecciones del 25 de mayo de 2003 y Menem se tiró a la pileta. Ganó Kirchner, vaya novedad, pero vale apuntar que casi nadie lo votó por quién pudiera ser o hacer, sino en contra del exterminador de La Rioja. Hasta los movimientos de izquierda que hoy lo acompañan militaron, en aquel momento, por el voto en blanco, para denunciar la trampa de la interna peronista. Yo estuve ahí y me hago cargo.
El presidente, dueño de una inteligencia política para estudiar, tomó la iniciativa poco a poco. Arrasó en las parlamentarias de 2005, otra interna peronista, como queda demostrado en el hecho que, salvo muy pocas excepciones, los perdedores se sumaron al proyecto de los vencedores. Si eso no fue una interna que debió haberse dirimido en primarias y no en elecciones generales, no entiendo qué será una interna partidaria. El pingüino, reformulando su papel de villano ante Batman, tomó como políticas de estado algunos de aquellos gritos de 2001: la renovación de la Corte Suprema fue el ejemplo más claro en ese sentido. Cuando tuvo la iniciativa, ya en la construcción de su propio poder, intentó replicar la experiencia santacruceña. Jueces disciplinados y subordinados al poder político, posibilidad de reelección indefinida, poder absoluto, mantenimiento de las relaciones económicas, pero mucha acción social para los pobres. Y llegó Misiones. Historia más reciente y por ende recordada. Otra vez la población marcando el límite y el camino a la vez.
En algo K es igual al resto: es capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder; pero, al mismo tiempo, algo lo diferencia: cuando existe movilización popular por algún tema, el tipo toma nota, para mal o para bien. Así con el código Blumberg aprobado en tiempo récord; como con las órdenes antireelección que les da ahora a los mismos a los que incentivó para que intentaran perpetuarse en el poder. Esa es la gran diferencia entre Kirchner y el resto y es claramente a su favor. Pero siempre la población está delante, alumbrando con sus linternas el camino en la oscuridad.

El que se vayan todos del fútbol
Si hay algo que estoy aburrido de escribir, es que el fútbol ha sido, a través de la historia argentina, una caricatura de la sociedad. Todo lo que en ella sucede, se repite en el fútbol con los rasgos exagerados de toda caricatura.
Durante 2002, en pleno proceso asambleario, escribí una nota para el periódico de Autodeterminación y Libertad, el partido de Luis Zamora (sí, sí, yo también creí que su discurso, además de precioso, lo representaba). Allí hablaba acerca del reinado de Julio Grondona citando, una vez más, la denuncia que se tramitaba en el juzgado de Juan José Mahjoudbian. Más allá de que el juez fue destituido por el Consejo de la Magistratura por cohecho en otras causas, el expediente del Donjuliogate está ahí, con varias pruebas interesantes acerca de cómo un ferretero que, además, tiene como actividad paralela un cargo que no es rentado, posee una capacidad de ahorro interesante. Si no existieron más pruebas, es porque el mundo del fútbol está lleno de cagones que sólo quieren estar ahí. Que prefieren permanecer antes que intentar cambiar algo. Y no lo digo sólo por los dirigentes. Va también por los hinchas. Hace mucho tiempo que los hinchas y los futbolistas dejaron de ser lo más sano del fútbol, como se repetía casi de memoria. Hoy, los futbolistas de primera división son estrellitas sociales que ganan mucha guita y entonces no les conviene cambiar las reglas. Quieren estar ahí y el silencio es la mejor manera de pertenecer, que tiene sus privilegios; los hinchas, por su parte, miran desde afuera y apoyan todos los chanchullos, tanto de dirigentes como de barras bravas. Y pocas veces hacen algo para cambiar las cosas, aunque en los clubes del ascenso existen casos aislados de participación sana y productiva de la masa societaria; de los periodistas mejor ni hablar. Se sacan los ojos para ser explotados por TyC y formar parte del circo.
Vuelvo a la nota de referencia. En ella decía –y me disculpo por la poca elegancia de autocitarme- que “más allá de las cabezas de esta tragedia futbolera, los directivos de las instituciones futboleras (entidades civiles sin fines de lucro, al menos en sus estatutos) no se quedan por detrás. Temen enfrentarse al poderoso Grondona y prefieren ganarse pequeños lugares de acompañamiento y escasa decisión, con una sola respuesta posible: ‘sí, don Julio’. Ellos también tienen enormes responsabilidades en la decadencia de un juego que ya no se juega, se rige por las leyes del mercado; y este pueblo, futbolero o no, comienza a replantearse si quiere vivir para el mercado o pretende un sistema más justo.
Por estas razones, sumadas a una serie que nos podría ocupar toda la publicación, el fútbol argentino ensaya –aún en voz baja- otras palabras: ¡qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”
En fin, era tan en voz baja que nunca sucedió.
La pregunta del millón es por qué, esta vez, el fútbol no acompaña al proceso político. Por qué se quedó en la instancia del menemismo; es decir: continúa siendo una gran empresa donde el capital (una perversa idea de Carlos Ávila) decide todo, hasta el fixture de los campeonatos; donde siempre ganan los más poderosos (Boca y River); y la Afa rebalsa de dinero mientras la mayoría abrumadora de los clubes penan a diario.
Creo que la respuesta puede ser hiriente, pero es simple: nada ha cambiado porque la población futbolera no se pone al frente del reclamo, más bien tiene las linternas apagadas y guardadas en la guantera del auto.
Lejos de ponerse adelante en la lucha por un fútbol mejor, los hinchas dan crédito a los peores sucesos: arreglos y aprietes son aceptados como parte del asunto. Si querés salir campeón, tenés que tener “peso” en Afa. Entonces avalás que tu club tenga peso en la Afa y criticás a tus directivos si no es así. Me encantaría poder preguntarles, uno por uno, a todos los hinchas de Gimnasia, si querían que su equipo le ganara a Boca. Temo que la respuesta sería no. Entonces, los barras, serían, en ese caso, sólo un emergente violento y patético del sentimiento popular. Una cagada, pero es así. Si te ofrecieran a vos, que estás leyendo ahora, el ascenso de Atlanta a primera división, y te contaran que para eso hay que arreglar un par de árbitros, ¿aceptarías? Decí que no, por favor, pero creo que la mayoría, si votáramos en secreto, diría que sí.
Entonces digo que, si el fútbol no está acompañando esta vez al proceso político que corre en paralelo, es porque la gente no se pone delante de sus dirigentes, diciéndoles qué hacer para mejorar, gritándoles no con la cara desencajada, para que nos crean que es cierto, que no es una postura discursiva. Y no me jodas con que tenés miedo, porque el 19 de diciembre, saliste a la calle cuando el poder te lo prohibió con el Estado de sitio y seguramente tuviste miedo de que te reprimieran, pero saliste igual y te pusiste delante de tus dirigentes.
Ellos, los malos que conducen o protagonizan, no van a cambiar el fútbol. No les conviene y están tan cómodos en sus lugares, que para qué. El fútbol lo va a cambiar la gente. Vos. Con aquél y el otro.
O no lo cambiará nadie.