lunes, 31 de agosto de 2009

Cayó la dictadura pero no el dictador


Parte 2 – Los barburdos de El Calafate
Soy un hombre de palabra, aunque muchas veces me meta en líos por eso. Hace un par de semanas, cuando escribí la primera parte de esta nota, me obligué con esa pauta a encarar una segunda. Supongo que aún es temprano para sacar conclusiones acerca de lo que vendrá alrededor del fútbol, pero igualmente hay espacio para algunas reflexiones.
Lo primero que salta a la vista es que será difícil inventar algo peor que éstas dos décadas de saqueo de las instituciones sociales futboleras (eso son los clubes de fútbol y, al menos legalmente, continúan siéndolo: sociedades civiles sin fines de lucro).
Finalmente la AFA, asociada al Estado nacional, le quitó a la empresa monopólica TSC (una sociedad entre Torneos y Competencias y el Grupo Clarín) el manejo de casi todo el fútbol; casi todo porque las divisiones de ascenso seguirán sufriendo el monopolio. Sería algo así como lo que es malo no es tan malo; o es malo para algunos pero no para todos. El ascenso siempre fue ciudadano de segunda en la urbe futbolera.
A pesar de que la medida no hubiera sido tomada si el gobierno no se sintiera traicionado por su antiguo aliado Clarín, básicamente por su posición en el conflicto por las retenciones, es necesario subrayar que estoy de acuerdo con la decisión. No lo hacen por convicción ideológica, pero lo importante es que lo están encarando y que el paso final de esa batalla, es una lucha que muchos periodistas sostuvimos durante años: una nueva ley de radiodifusión.
No está claro cómo ni a quién, pero el Estado ya desembolsó más de trescientos millones de pesos y el proceso asociativo comenzó entre la niebla. Nadie accedió a los contratos. No sabemos bien cómo será el nuevo esquema. Le otorgaron al Grupo Vila/Manzano/De Narváez, dueños de América, cinco partidos. Me encantaría saber por cuánto dinero y por qué a ellos y no a otros.
Una conducta kirchnerista que me agobia es cómo presentan los temas: siempre están pasando a la historia y haciendo lo que nunca nadie antes hizo y ni siquiera intentó. Todo es una presentación exagerada que invita a decirles pará un poco, no me mientas, está buena la medida pero no me escondas la letra chica, que están bajando del glaciar Perito Moreno no de la Sierra Maestra. Y si les decís esto, rápidamente te responden que le hacés el juego a la derecha y te mandan a la vereda de enfrente. Del secuestro de goles no diremos nada, porque ya se habló demasiado. Sólo agregar que me encantaría escucharlos hablar de los secuestros reales: de Luciano Arruga o de Jorge Julio López; porque los goles ya aparecieron con vida y ellos están desaparecidos de verdad.
También podemos reconocer otros vicios K que se repiten en el inicio de la nueva historia. Para que quede claro a cuáles me refiero, tomo dos antecedentes: el de la justicia y el de la estatización de Aerolíneas Argentinas. Dos medidas con las que, por supuesto, acuerdo. En ambos casos era imperioso actuar desde el Estado. Así lo hizo el gobierno. Con la justicia metió mano al comienzo del mandato de Néstor para modificar la esencia sucia y desprolija de la Corte Suprema. Con los cambios allí, generaron una movida que los trascenderá; es decir: cuándo ya no sean gobierno seguiremos teniendo una Corte respetable y ejemplar. Pero no pudieron con su genio y, para no perder el control total de la situación, modificaron la conformación del Consejo de la Magistratura, de manera tal de quedarse con el control mayoritario, que antes estaba en poder de la corporación judicial: o sea que actuaron ahí, que conceptualmente quizá no esté mal, pero lo que consiguieron es ejercer un control autoritario: los jueces no parecen ser vigilados por lo que hagan bien o mal, sino por lo que sentencien según la conveniencia del poder.
En el caso de Aerolíneas sucede algo parecido: la empresa fue vaciada por privados durante años y ahora es retomada por el Estado, que estaría pagando la deuda generada por otros: la gran Cavallo. En ambos casos, el concepto del Estado ejerciendo su poder es saludable. El asunto es cómo lo hace. Y eso nunca lo discutimos, porque ningún actor político así lo desea. Tanto el gobierno como buena parte de los opositores tienen razones diferentes para evitar la discusión. El oficialismo, porque entiende al Estado como su herramienta de poder absoluto; cierta oposición, porque prefiere la mentira del libre mercado, que no es más que el Estado haciéndose el boludo, cuando no facilitando los negocios privados en el área pública y eso, por ahora, mejor no decirlo; hay otros opositores que sólo piensan lo contrario del gobierno, sea lo que sea. El debate apenas asomó en la última campaña, cuándo a Macri se le escapó hablar en contra de la participación del Estado en la línea aérea y el gobierno aprovechó para pegarle por ese lado. En cualquier caso, no se habla abiertamente acerca de qué Estado queremos tener, que en realidad sería discutir qué tipo de país queremos ser. Como no lo discutimos, el gobierno se mete y hace, con nuestro sello, el del Estado, lo que se le antoja. Que ni siquiera sabemos si es correcto o incorrecto, porque no tenemos acceso, en general, a los detalles.
En esta situación de los derechos televisivos del fútbol repiten los vicios: no informan en qué consiste el contrato. La diputada nacional del bloque SI, Delia Bisutti, basándose en el derecho a la información pública pidió una copia del contrato a la Jefatura de gabinete y a la IGJ (Inspección General de Justicia). Bisutti declaró que "cayó el monopolio. Ahora se debe trabajar para que en la AFA se impulsen cambios profundos en su funcionamiento, se debe garantizar la transparencia, la publicidad, la participación, el debate, la información, no sólo a todos los habitantes de nuestro país por el uso de los fondos públicos, sino también a los dirigentes de los clubes”. Vaya uno a saber si le darán bola a Bisutti. Lo que sí está claro, es que no podrían ocultarlo si fueran muchos hinchas los que lo pidieran. Siempre pensé que los militares entendieron que debían dejar el poder cuando en las canchas de fútbol fue imposible callar el Se va a acabar/se va a acabar/la dictadura militar. Allí se hacía evidente que ni la presencia policial dentro de las tribunas podía silenciar el hastío popular: se le estaba perdiendo masivamente el miedo al poder. Claro que es muy difícil pensar que podría suceder algo similar. En aquel momento las barras ya eran conflictivas y comenzaron a vincularse política y sindicalmente, aunque mantenían cierta autonomía; hoy son tan parte del negocio que lo que menos les interesa es cambiar las reglas. No van a putear a nadie, ni pedirán transparencia, salvo que alguno de sus vínculos políticos se lo ordene; probablemente hasta serían una fuerza de choque para acallar los gritos contra el poder.
Mientras tanto, lo que más nos esperanza, como siempre, ocurre por abajo. En varios clubes existen grupos de hinchas autoconvocados que comienzan a participar en su política interna. Esa marea, cuando suba, quizá conserve el ímpetu de cambiar las cosas y voltear al dictador. Y entonces volveremos a brindar, como lo estamos haciendo desde hace algunas semanas, desde que la dictadura, finalmente, se acabó.

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